El intenso activismo anarquista de fines del siglo XIX y principios del XX definió el irónico nombre de muchos de los más sabrosos productos de las panaderías y confiterías argentinas.
Millones de argentinos las consumen a diario, pidiéndolas en panaderías, confiterías y bares por sus nombres de batalla, pero muy pocos de ellos saben el irónico mensaje de los anarquistas que subyace en el mundo de las facturas, bautizadas por los sectores más radicalizados de un gremio de características muy particulares.
Los cañoncitos de dulce de leche y las bombas de crema, las bolas de fraile y los suspiros de monja, el sacramento y los vigilantes, los libritos y cuernitos tienen nombres suficientemente elocuentes para testimoniar de qué forma el anarquismo consiguió a principios del siglo XX colar algunas de sus ideas en el mundo del consumo de las multitudes.
Algunas de esas ideas se filtraron en rubros muy importantes de las pasiones populares argentinas, incluyendo una cita hoy casi que enigmática en el gran tango “Cambalache”, de Enrique Santos Discépolo, y el nombre con que empezó a competir en el fútbol el club donde comenzó a hacerse famoso Diego Armando Maradona.
Discépolo, y su hermano Armando, uno de los grandes dramaturgos argentinos, se desempeñaron en un universo cultural repleto de militancia anarquista, uno de los subproductos de las oleadas inmigratorias provenientes de Europa, en un mundo de intensa agitación obrera.