Por Lisandro Guzmán
En línea recta -7 kilómetros al este de la plaza central- por las noches, una figura lanza un grito desgarrador. Corre libre por el campo, levanta su puño al aire, y desaparece en silencio, junto a una mujer. Ambos se toman de sus manos, confluyen en el monte y se entrelazan con la naturaleza, como almas en pena en busca de refugio; como dos solitarios espíritus aventurados de gloria que piden no ser olvidados.
Con matices, todos los 25 de junio se repite en loop la misma escena. Nadie se atreve a llamarlos. Solo corren en libertad, despojados del miedo.
Francisco llegó a Monte Cristo a principios del siglo pasado. Perseguido, huía desde la provincia de Santa Fe. Su apellido -pocos lo conocían- era Bulzani, pero él prefería no revelarlo ante la posibilidad de que lo encontraran. Pero, ¿de quién escapaba?
Inmigrante genovés, bien hablado, proveniente de Brasil, se había instalado con su familia en un campo en Santa Fe. Bulzani fue uno de los iniciadores de lo que se conoció como El Grito de Alcorta, que dio nacimiento a la Federación Agraria Argentina.
Este movimiento social cambió a la Argentina en los albores del siglo XX. El 25 de junio de 1912 se produjo esa rebelión agraria de pequeños y medianos arrendatarios rurales que sacudió el sur de Santa Fe y se extendió por toda la región pampeana.
En medio de luchas intestinas y por temor a que lo mataran, huyó con su familia hacia Córdoba y recayó en Monte Cristo.
María Robotti, su compañera y esposa -según la historia- cuentan que arrojó su delantal, como símbolo de que comenzaba la huelga más prolongada que se recuerde en el país.
Argentina era por ese entonces el “granero del mundo”, pero la tierra era de pocos y las pagas no alcanzaban para sustentar a las familias de inmigrantes, colonos que llegaron para poblar la Pampa Gringa. La Ley de Residencia permitía por ese entonces la deportación de extranjeros, y en verdad causaba mucho temor. Pese a las grandes cosechas, el dinero no alcanzaba.
Tras ser los iniciadores de esa rebelión, Bulzani y su esposa decidieron escapar. Temían por sus vidas y la de sus hijos.
El agro, los pequeños arrendatarios y campesinos comenzaban a estar en la agenda política de una Argentina en crecimiento. El Grito de Alcorta fue el puntapié inicial para la organización de los colonos.
Al llegar a Monte Cristo, se cuenta, Bulzani nunca habló de su vida o evitaba hacerlo para no ser identificado. Tampoco le contó de sus historias a sus hijos e hijas.
La vida de ese grupo de amigos que inició la revuelta se convirtió en un infierno. Tres allegados fueron asesinados en Santa Fe. Los otros lograron escapar. Bulzani se convirtió en el gran protector y empezó una nueva vida en Córdoba.
En la década de 1920 pasó a vivir en el campo de Don Adolfo Eberhardt, quien le prestó una vivienda que le brindaría algo más de protección.
Este campo estaba ubicado a siete kilómetros al este de Monte Cristo, sobre la vieja traza de la ruta 19. Las tareas eran diversas. Francisco y María, con sus hijos emprendían noche y día los quehaceres cotidianos del campo como peones.
Aún con temor y por las amenazas recibidas, finalmente Francisco se radicó en el barrio Yofre Sud de la ciudad de Córdoba, donde falleció el 4 de junio de 1948. María volvió a Alcorta, donde se le rinde tributo por su lucha.
Francisco pidió ser enterrado, como fuera su última voluntad, en el Cementerio San Luis de Monte Cristo. Su cuerpo descansaen el panteón que le cedió la Familia Intile.
Ambos son considerados “héroes olvidados”.
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“…y arrojando su delantal sobre la mesa de los hombres dijo: Para morirme de hambre trabajando, me muero de hambre sin trabajar”. Esa era María Robotti, la de Alcorta.
El escritor José Pedroni la retrata en su obra (breve fragmento):
“La Sepultura” se llamaba el campo
de trigo y cielo en que morías.
Porque en él diste a luz el primer grito,
¡loada seas, María!
Señora, dueña, soberana,
estrella del mar, María.
Y libertad por obra de tu grito,
en todas partes viva.
Señora, dueña, soberana,
estrella del mar, María.
Y paloma por obra de tu grito,
y flor y golondrina.
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El 14 de diciembre de 2012, en Monte Cristo, se hizo un monumento en la memoria de Francisco Bulzani y su esposa, en el paseo Nemirovsky que conduce al cementerio. Un puño oxidado, por el tiempo, que grita al cielo, en homenaje a los protagonistas de esta historia.